-Bueno señorita García, ¿Qué opina?- Me quede mirándolo y
casi se me escapa una carcajada. Claro que quería hacer esa estupidez. Además
si él quería hacerlo conmigo no me iba a negar.
-Nos subimos en su camioneta vieja y bastante sucia al
parecer. Me confesó que no era suya sino de un amigo de la infancia que conoció
aquí (ya que paso gran parte de ella en España y algunos veranos). Ya decía yo
que hablaba demasiado bien español… No paraba de hablar, y la verdad es que me
gustaba. De repente paró el coche de golpe y me señalo una tienda de antigüedades,
parecía pequeña y en el escaparate, había una señora colocando una figurita de
un gato que me pareció una buena elección para hacerle un regalo a mi madre; ya
que las navidades y su cumpleaños se acercaban.
-¿Por qué aquí?- Se lo pregunte sin pensar, ya que estaba
pensando en mis cosas y no me di ni cuenta.
-¿Por qué? - Se rio- Porque en España están las chicas más
bonitas.
Y antes de dejarme contestar que no me refería a eso, bajo
del coche dando la vuelta por delante, y como si fuera un caballero; me abrió
la puerta. Pensé que era todo una coña por eso me reí durante unos segundos,
pensando que quien se había creído que era yo para qué me tratara de aquella
forma tan servicial. Pero por otra parte me sentí una princesa ayudada por su
príncipe de esos cuentos que acaban en cursiladas. Así que me dije a mi misma
que me relaja y que aquel chico solo era uno más, no tenía porque estar
asustada.
Entramos, la señora parecía más anciana de cerca pero nos
atendió muy bien a lo que buscábamos. El director nos había pedido que compráramos
los adornos para la fiesta que se iba a celebrar el viernes en el instituto. Y
ya que yo no iba a ir ni de coña lo mínimo era acompañar a Raúl a por las
cosas, ya que había pedido que alguien le ayudara con las cuentas porque no se
aclaraba con los euros. Cuando ya lo compramos todo y estábamos cargándolo en
la parte de atrás de la camioneta:
-Creo que no me he equivocado al elegirte para que me
ayudaras- Puf, ¿Quien se creía? Ni que fuera a arrodillarme dándole las gracias
por elegirme como si fuera el mesías (Tengo que dejar de ir a misa).
Simplemente le sonreí, no me costaba nada hacerlo.
-Oye que… gracias por ayudarme y me gustaría mucho
recompensarte.- ¿Lo estaba haciendo verdad? ¿Me estaba pidiendo una cita? Ay
dios. – ¿Te gustaría que fuéramos mañana al lago de los patos?, quiero
enseñarte algo.- ¿Un lago? ¿De patos? Enserio. Vale. Un poco patético pero
vale.- ¿Qué me dices?- Creo que fue una afirmación más que una pregunta, ya que
sabía perfectamente que no me iba a negar a aquello si había aceptando a esta
mierda (que era ya lo que me estaba pareciendo). Si hoy era miércoles, la cita
seria mañana; jueves, y al día siguiente él iría a la fiesta ¿Y yo? No sé. ¿Y
si se liaba con alguna? Decidido, iría a la fiesta.